Los dos siglos que integran la Edad Moderna en las Baleares están claramente diferenciados por la Guerra de Sucesión. El siglo XVII, de los Austrias Menores (Felipe III, Felipe IV y Carlos II) y el siglo XVIII de los Borbones (Felipe V, Luís I, Fernando VI, Carlos III y Carlos IV).
El siglo XVI fue de continuidad en relación a los anteriores. Políticamente, el Reino de Mallorca seguía con sus estructuras de gobierno que había organizado Jaime I y que sus sucesores habían modificado con el ritmo de los tiempos. Sin embargo, la muerte sin herederos de Carlos II provocó la Guerra de Sucesión que, en buena medida, fue una guerra civil. Mientras los reinos de Castilla, junto con Francia, defendieron al pretendiente francés, duque de Anjou, la Corona de Aragón junto con Inglaterra, Austria y Holanda, lucharon a favor del pretendiente Habsburgo: el Archiduque Carlos.
Una vez que el pretendiente francés fue reconocido como rey de España, la situación de las Baleares experimentó importantes modificaciones. Así, por ejemplo, Menorca cayó en poder de los ingleses que, a no ser por un corto dominio francés, estuvo bajo su control durante todo el siglo modelando buena parte del paisaje, de las costumbres y en parte del carácter de la isla.
El hecho de que los ingleses dominasen en todo el Mediterráneo a partir de 1715, controlando Menorca y Gibraltar, produjo, a su vez, dos fenómenos capitales en la vida de las Baleares. El nacimiento del contrabando como actividad fundamental en la economía de las islas y el progresivo aislamiento de las Baleares.
Todas las redes que se habían creado en los siglos XV y XVI y, especialmente, en el siglo XVII, para crear y mantener las cuadrillas de bandoleros que infestaban las islas se transformaron en el siglo XVIII en las que comerciaban con mercancías extranjeras que se introducían en las islas por vía marítima. Por más de dos siglos, este comercio, que el estado consideraba fraudulento, fue una actividad económica capital para determinadas familias o un buen complemento a unos jornales de hecho paupérrimos. El problema radicaba en que en todo el sistema se hallaban involucradas las fuerzas que se habían creado, precisamente, para reprimirlo.
Por otra parte, los cambios geopolíticos que se derivaron de la Guerra de Sucesión originaron que las rutas marítimas tradicionales sufrieran un colapso. Cada vez era más difícil salir de las islas. Ciertamente, las personas de posición o privilegiadas lo podían hacer, pero no lo hacían ni los productos de los pequeños comerciantes ni las personas comunes que cada vez se anclaban más en su lugar de nacimiento. Las grandes relaciones, viajes de personas o productos, que habían marcado la Edad Media se acabaron. Los mallorquines y los ibicencos se encerraron cada vez más en sí mismos. No así los menorquines que, por su particular situación política, continuaron viajando sin grandes dificultades.
Ya cuando se había iniciado el reinado de Felipe II se dieron los primeros síntomas de un cambio substancial en las formas de gobierno. El rey juró los privilegios y franquezas del Reino con un recorte sustancial de la autonomía de las instituciones. Por otra parte, dos fenómenos ayudaron a que la corona acrecentara sus poderes en un camino seguro hacia el absolutismo: el peligro exterior que suponían los piratas y los corsarios y el interior representado por las banderías aristocráticas de Canamunt y Canavall así como los bandoleros a su servicio.
El peligro corsario, que en el caso de los asaltos a Menorca se había demostrado como real, provocó el caos y un pánico total en la corte. El propio Felipe II pensó en evacuar las islas ante la imposibilidad de defenderlas. Lógicamente desde las Baleares, pero también desde Valencia y Cataluña, se alzaron voces de protesta. Se debía demostrar el potencial defensivo del reino y así se hizo en diversas ocasiones.
Por ello, también se acudió a la fortificación de las Baleares. Diversos arquitectos se trasladaron a las diversas islas para planificar un sistema orgánico. Al final fue G. Palearo, llamado Fratin, el que se encargó de organizar todo un sistema homogéneo y común a toda la costa Mediterránea. Se levantaron nuevas fortificaciones en Palma, CIutadella, Eivissa, Alcúdia,... Pero también, en el caso de Mallorca se completó el sistema de torres de vigía que, desde la costa, permitía avisar a la capital de cualquier novedad en el mar.
Estas fortificaciones se habían de pagar paritariamente entre los diversos consejos insulares y la corona. En la práctica se convirtieron en el mecanismo de oscuros negocios y malversaciones. Para Mallorca, la crisis económica de todo el siglo se atribuía, entre otras causas, a la obra faraónica de la fortificación y por ello, las nuevas murallas de Palma se convirtieron en una obra eterna.
Por otra parte, las banderías del siglo XVI, los Torrellas y Puigdorfilas, se habían transformado ya a principios del siglo XVII en los Canamunt y Canavall. Estas banderías, perfectamente organizadas y relacionadas con las catalanas y valencianas, crearon un clima de violencia tal que un periodo de tres meses sin una muerte violenta fue considerado como excepcional.
Canamunt y Canavall iniciaron sus actuaciones hacia 1606 de manera abierta. Para poder llevar a cabo sus enfrentamientos crearon y mantuvieron cuadrillas de bandoleros que, incluso, cobraban un sueldo. Estos bandoleros ejercían el terror organizado y promovían venganzas de gran ferocidad.
Los diferentes virreyes del siglo XVII, en las instrucciones que recibían al principio de sus periodos, eran instruidos en los sistemas para proteger la isla de los peligros exteriores y como hacer frente a la violencia interior. Por ello, fueron tomando medidas extraordinarias que poco a poco se fueron haciendo ordinarias.
Estas medidas, fundamentadas en el peligro, lo que hicieron fue fortalecer el poder la corona y recortar la autonomía de las instituciones del Reino. Las pragmáticas de 1600 y 1614 aparentemente no modificaban el sistema constitucional pero de hecho dejaban sin poder efectivo a las diversas administraciones.
El punto de inflexión se dio con el valido Conde-Duque de Olivares. Este ministro de Felipe IV presentó al rey un proyecto secreto para fortalecer el poder de la corona que recortaba la independencia de los reinos de la Corona de Aragón, especialmente de Cataluña. Uno de sus apartados era la llamada Unión de Armas, un ejército estable y permanente que sería pagado por los diferentes reinos y que estaría a libre disposición de la monarquía. Para la Unión de Armas, el Reino de Mallorca tenía que aportar 2.000 soldados.
Como se sabe, la política del Conde-Duque de Olivares llegó a provocar diversas sublevaciones. Las más graves fueron las de Portugal (que terminaría proclamándose independiente) y Cataluña. La Guerra de Cataluña, iniciada con el famoso Corpus de Sang, afectó especialmente al Reino de Mallorca. Los grupos dirigentes, especialmente la iglesia y la aristocracia, se pusieron al lado de la Corona.
Desde las islas, especialmente desde Mallorca, se enviaron a la Guerra de Cataluña hombres, armas, alimentos y todo lo que se tenía que necesitar en la campaña. Pese a todos los males, esta guerra supuso que buena parte de los aristócratas de Canamunt y Canavall, que se mataban entre sí, pasaran a luchar en la guerra. Buena parte de los bandoleros que les servían, también pasaron a la península. De esta manera se sentaron las bases de la posterior pacificación que se consiguió en buena parte con la persecución de bandoleros de 1666.
Todo este clima, aparentemente debía impedir la transformación del paisaje rural y urbano. Pero de manera paradójica un siglo sometido a tantas tensiones en el plano político y social resultó de gran esplendor con el arte del barroco y la Contrarreforma.
La llegada de los jesuitas a Mallorca a finales del siglo XVI había supuesto un revulsivo en temas religiosos y culturales. Serán ellos los que impulsarán los primeros estadios de la Contrarreforma. Así, por ejemplo, la creación del monasterio de las Carmelitas Descalzas (Teresas) en Palma, provocará un nuevo modelo de templo que será imitado y trasladado a Menorca y Eivissa. Además, a lo largo de siglo XVII se iniciarán obras de remodelación o nuevas construcciones en la mayoría de los templos de las islas.
Por ello, se suele decir que la arquitectura de las islas pasa del gótico, concebido por muchos como estilo nacional, al barroco sin que prácticamente se note la influencia del renacimiento. Estos cambios se dieron también en la arquitectura civil.En las ciudades se inició la construcción de nuevos palacios para sustituir a los viejos palacios góticos. Es el momento en que la aristocracia decide lucir externamente su posición y su poder. El caso de Can Formiguera, del Comte Mal, con su altiva torre que hubo de rebajar o su balconada corrida, sigue siendo el símbolo externo no sólo de una época, sino de una nueva clase social. Hay que recordar que fue en el siglo XVII cuando los reyes concedieron los primeros títulos de nobleza a aristócratas mallorquines: el marquesado de Bellpuig, el condado de Santa María de Formiguera y el condado de Ayamans.
Sin embargo, estas transformaciones se dieron también en el paisaje agrario. El siglo XVI había supuesto para Mallorca, la consolidación de la possessió tal como la entendemos hoy en día. Se trataba sistemas de producción agropecuario de una cierta complejidad. Pero, de manera paulatina, se habían ido substituyendo los esclavos agrarios por jornaleros cristianos, teóricamente libres, pero a los que se tendía a tratar como a los cautivos.
En el siglo XVII el sistema llegó a un alto grado de consolidación, especialmente cuando determinados aristócratas intentaron ejercer jurisdicción sobre villas reales. Es cuando aparecen los conflictos antiseñoriales en los que campesinos libres se enfrentaran a señores. El caso más famoso fue el de Santa Margalida contra los condes de Santa María de Formiguera, especialmente el Comte Mal, pero también se dieron en Lloseta y Artà.
De hecho, es en el siglo XVII cuando se creará la única villa a iniciativa señorial: a partir de la caballería de Sant Martí de Alanzell se creó Vilafranca. Esta nueva población era franca no en relación a sus señores, sino a la jurisdicción real.
El triunfo de los Borbones supuso que, con los Decretos de Nueva Plana, se eliminara todo el sistema político anterior y se iniciaran los procesos de centralización y castellanización, excepto en Menorca. Precisamente en aquella isla se mantuvo la cultura propia relacionándose con las principales corrientes culturales de Europa y, hasta cierto punto, se mantuvo una cierta autonomía administrativa.
En el resto del Reino de Mallorca, desaparecieron los organismos supramunicipales y los cargos se hicieron vitalicios y de designación real. Por otra parte, al desaparecer la representación estamental de origen medieval, los campesinos y artesanos fueron perdiendo importancia social y política. Sin embargo, es también la época en la que se consolida el mosson o burgués enriquecido que pretende vivir y comportarse como un aristócrata.
La sociedad se basó cada vez más en los modelos aristocráticos que, en el caso de Mallorca, se ve consolidado por el llamado Pacto de Ses Nou Cases. Según un episodio, en buena medida mítico, las nueve casas más relevantes de la isla pactaron casarse siempre entre ellas para mantener el poder y no mermar su patrimonio. Por otra parte, continuó la carrera por obtener títulos de nobleza superiores a los tradicionales del Reino y que pudieran equiparar los linajes mallorquines con los continentales.
Fue precisamente este predominio de los modelos aristocráticos que potenció la construcción de nuevos palacios o la reforma de los antiguos así como la transformación de muchas cases de possessió de acuerdo con modelos italianizantes. Estos palacios urbanos y rurales tienden a decorarse con pinturas, esculturas de diverso valor y, en buena medida, compradas en el extranjero. El ansia por el coleccionismo fue una nueva moda que afectó especialmente a los nobles, eclesiásticos y burgueses enriquecidos. Sin embargo, la sociedad se encerraba cada vez más en sí misma. La vida se hacía provinciana y las comunicaciones marítimas cada vez más complejas.
Sólo Menorca se halla abierta a las corrientes europeas. Sus jóvenes pasaban a estudiar a universidades del continente y, si volvían a su tierra, ocupaban cargos preeminentes. Menorca seguía dependiendo del Obispo de Mallorca. Por ello surgieron algunas tensiones cuando, con motivo de la libertad religiosa promovida por Inglaterra, se autorizó el culto de las iglesias reformadas y no se dejó actuar el Tribunal de la Inquisición.
En cambio en Mallorca y Eivissa se imponen modelos políticos centralizadores y se impulsa la castellanización. Desde la Iglesia, se reprime el culto a Ramon Llull, cosa que originará algunos altercados entre los estudiantes y profesores partidarios del culto al Beato y sus detractores. Igualmente se reprimieron algunas prácticas de la religiosidad popular, como los cultos a Sant Cabrit y Sant Bassa o la Sibil·la.
El modelo cultural continuaba siendo el del barroco llevado a su último extremo. La erudición vacua y pomposa se impulsaba en frente del análisis y la especulación. En arte, el continuismo es notorio durante la primera mitad de siglo. Si por una parte se imponían modelos italianizantes en la arquitectura civil, en la religiosa se podía llevar al paroxismo decorativo.
El racionalismo y la ilustración llegarán a las islas muy tarde. En Mallorca, se organizará en torno a la Sociedad Económica de Amigos del País durante el reinado de Carlos III. Ésta intentará introducir nuevas técnicas agrarias y artesanales, algunas de ellas con gran éxito. Sin embargo, los beneficios de los nuevos modelos no llegaron al conjunto de la población. Pese a algunos intentos, los índices de analfabetismo crecieron de manera inusitada.
Es durante la Ilustración que se organizan las grandes bibliotecas o gabinetes de curiosidades. Algunas de ellas todavía asombran por las descripciones que nos han llegado e incluso quedan algunos ejemplos que todavía provocan sorpresa. El modelo ilustrado tuvo importantes representantes, algunos nacidos en Mallorca, como el Cardenal Despuig, y otros funcionarios peninsulares destinados en la isla y que trabajaron para mejorar su cultura. Hay que tener en cuenta que será en el siglo XVIII cuando lleguen a las Baleares los primeros viajeros que publicarán sus experiencias e impresiones sobre las islas.
Uno de estos ilustres visitantes, aunque su visita fue obligada, fue Gaspar Melchor de Jovellanos que durante algunos años residió en Valldemossa y Palma como preso político. Su exilio, se puede explicar por la oposición al Príncipe de la Paz Manuel de Godoy. Este valido de Carlos IV incluía como ministro de su gobierno a un ilustre mallorquín, Miguel Cayetano Soler.
Tanto Jovellanos, como Godoy o Soler, fueron devorados de alguna manera por los acontecimientos del 2 de mayo de 1808. Precisamente en estos momentos se hallaba en Mallorca el matemático y astrónomo François Aragó, uno de los encargados de medir el meridiano terrestre. Considerado espía y enemigo, consiguió salvar su vida gracias al dominio que tenía del mallorquín coloquial.